Ryan por aquí, enfermeras por allí y Sanidad por ahí



Un vaso de arcilla cruda, si se rompe puede repararse, pero no el de arcilla cocida.

Leonardo Da Vinci

Siempre nos quejamos de lo mal que funciona la Seguridad Social, de cuánto tardan en darnos cita y de lo mal que nos atienden en muchas ocasiones. Pero cuando aparecen casos extremos, como la concatenación de negligencias que le deparó a Ryan el mismo destino que a su madre Dalila, nos creemos afortunados en la desdicha porque no le ha tocado a ningún allegado. Más vale lo malo conocido. Lo otro son fallos o aciertos de los cuales penden nuestras vidas; luego los oímos en las noticias y de repente sentimos por un instante el ceñimiento de los grilletes del azar.

En un primer momento, cuando el resultado es negativo, este tipo de noticias se nos presentan como casualidades fatales, absolutamente espontáneas. Sin embargo luego, cuando se bucea en las circunstancias para poder cargar la culpa a alguien, se descubre que, como cualquier tropiezo, se podía haber evitado de muchas maneras. Entonces reflotamos esas protestas permanentes que ya se han convertido en tópicos. “Esto tenía que pasar, la sanidad está hecha una mierda”. “Siempre pagan los mismos, esto no le hubiese ocurrido a la Leonor”. “El núcleo del problema está en la precariedad laboral”. “Todos se pasan la pelota y nadie se hace responsable”… Con razón todas, pero parece como si estos problemas hubiesen aparecido ayer.

Y lo cierto es que la muerte de Ryan, además de ratificar el error como característica incuestionable de nuestra especie, ha espabilado todo el desarrollo de medidas preventivas (al menos mientras el tema siga de actualidad). Puesto que el daño es ya irreparable, lo mejor que puede hacerse es evitar que vuelvan a repetirse estos errores: luciendo capote a toro pasado poco se soluciona. Así que tendremos que conformarnos con estas reclamaciones y reacciones a rachas, empujadas por el clamor público ante hechos puntuales y aislados. Aunque también yo peco de oportunismo. Que cada cual limpie las piedras que le corresponda, sin tirárselas a nadie, para evitar más tropiezos.


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