El derecho a discrepar



El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la humanidad.

Albert Einstein

¡Piiiiii! ¡Piiiiiiii! Le pito al Rey. ¡Piiiii! Aprovecho que la jurisprudencia reconoce este gesto como un legítimo, y legal, ejercicio de mi libertad de expresión. Así que hala, ya podemos abuchear al monarca cuanto nos parezca para protestar. Diría que no es algo personal contra Don Juan Carlos, que mi malestar se dirige a la figura que representa; pero para falacias, el apoyo del pueblo a la Constitución: la corona necesita una cabeza para sostenerse, y las cuentas suizas con los ahorros regios un dueño con nombre y apellidos. Por lo que no debe disociarse lo uno de lo otro. Sé que poco adelanto con mis chiflos, pero al menos ahora, gracias a la decisión del juez, puedo mostrar mi disconformidad hacia el Jefe de Estado públicamente sin temor a una sanción.

Y, para mayor escozor entre el juancarlismo españolista, los valientes que han abierto la veda fueron vascos y catalanes independentistas en la finalísima de la Copa del Rey. Cría cuervos… Por esto la cosa transciende más allá de la mera defensa de la monarquía y supone para aquellos un ultraje a España, su patria. ¿Pero qué es España? Pues la verdad dista de la imagen ideal que se ha creado desde los distintos bandos. Parafraseando a Unamuno podríamos definirla como la alternancia entre fuerzas centrífugas y centrípetas: es decir, tensión entre un nacionalismo y otro. O sea, lucha sin solución que conlleva convivir permanente rodeados de intolerancia colectiva.

Los polos enfrentados tienen en común todo excepto el nombre y el color de su enamorada; de hecho, supone una probabilidad que la existencia de unos no se justificaría sin la de los otros. El problema es que ninguno asume la verdad de España o de sus respectivas regiones. Se obcecan en negarse mutuamente. Los españolistas ambicionan un país sin separatistas, y viceversa. Cada uno escribe su propia historia, interpretándola según conviene, pero ocultan que la discusión es tan antigua como la existencia misma de las naciones. Por ello dibujar una España sin catalanismo, por ejemplo, o una Cataluña sin españolismo es en definitiva ignorar la realidad. Porque España es eso, somos todos, con nuestras diferencias ideológicas, metidos en la misma jaula; teorizar partiendo de otro punto es fantasear, crear ilusiones ciegas para alimentar la intransigencia.


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