El limpiabotas y su propina



A veces sucede así en la vida: cuando son los caballos los que han trabajado, es el cochero el que recibe la propina.

Dame Daphne du Maurier

El avión aterrizó entre una recepción encomiable, de esas con orquesta y presidente y todo, y de él descendieron dos centenares de mujeres duchas en artes marciales y en el manejo de las armas, féminas letales entrenadas para proteger a su jefe. En medio del harén de amazonas acapara las miradas un hiperbólico coronel de aspecto ochentero que adorna su recargado atuendo con una fotografía asida con un imperdible. Aunque lo parezca, la peculiar escena no procede de una película de Mel Brooks si no de la reaparición de Gaddafi, ahora de visita por Italia para cerrar algunos acuerdos con su amigo Berlusconi.

El “Hermano Líder”, ese controvertido revolucionario libio que se pretende referencia espiritual e ideológica, una de esas personas que un día es víctima y otro victimario; el típico personaje de culebrón al que los guionistas presentan como bonachón, luego le tornan malvado, vuelve a ser cándido, y así sucesivamente. Un sátrapa que redimió a un país del imperialismo, que luego se dedicó a financiar terroristas; un adalid de la liberación femenina en el mundo islámico pero que maneja a su conveniencia los recursos naturales de su país; un abanderado del desagravio de las colonias africanas que ha instaurado motu proprio una monarquía totalitaria; etc. Yin y Yang ultrapolarizado.

Este caracol beduino (siempre con la jaima a cuestas) continúa sin adherirse a la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y esto, junto a su poder absoluto en Libia, le permite,bajo el manto del remordimiento poscolonial, negociar con Roma el tráfico de personas en el corazón del Mediterráneo. La cuestión es sencilla: a cambio de una disculpa pública del gobierno italiano por los años de expolio y explotación imperialista, aderezado con algunas sutiles compensaciones económicas, Gaddafi hace el trabajo sucio para frenar (y reprender) la inmigración sin rémoras porque está al margen de la Ley, la imagen y la política, exento de requerimientos morales o humanitarios. Y la UE, entusiasta de la ética, mira hacia otro lado mientras le limpian la bota de africanitos pobres.


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