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La conciencia que no tiene fuerza para impedir, rara vez es lo suficientemente justa como para acusar

Proverbio inglés

¡Manda huevos! Después de seis años y solo hay una sentencia “no en firme”. Así que los trileros pueden seguir su vida sin inmutarse. ¿Cuánto tiempo más hace falta para redimir, con firmeza, a las víctimas? Fue una cadena de chapuzas que devino en negligencia. Por supuesto, todos actuaron “de buena fe”: tenían fe en que, amparados por el Gobierno, nadie se iba a enterar nunca; pero obraron mal y a conciencia, sabían que faltaban cuerpos por identificar y aun así los entregaron. Un accidente y un error monumentales, ambos evitables, cuyos culpables se reconocieron rápidamente.

Hubo unos individuos que vilipendiaron el honor castrense, el juramento hipocrático, la ley, la moral, el civismo y unas cuantas cosas más. Faltaron a todo cuanto representaban. Trataron de estafar a los familiares de los muertos, quisieron engañarnos a todos con unos funerales hollywodienses, para de paso enterrar también la irritación social, y después de todo se pretenden irresponsables. Pues esto también se lo concedo, en verdad lo fueron. Operaron libremente, el Estado de Derecho les protegía aunque hubiese sido necesario desobedecer a un superior; tuvieron poder de decisión y, por lo tanto, el resultado de sus actos es responsabilidad suya únicamente. Pero no respondieron ante las consecuencias de ninguna manera, ni unas míseras disculpas.  

Encima, por si no resultara ya suficientemente burlesco, aparece el responsable supremo, Trillo, y lo único que dice es que respeta la decisión. Esperará que le aplaudamos. Mire usted caballero, eso no supone un mérito sino una obligación, máxime detentando la portavocía de justicia del segundo partido más importante de España; siendo diputado además. Eso sí, desde que empezó el juicio ha desaparecido de la escena política, insiste, para no interferir en el proceso. Y se queda tan tranquilo, como si se nos hubiese olvidado el atosigamiento de hace cuatro días contra Garzón y la Justicia. Produce vergüenza oírle acusar de contumacia al resto. Mírese al espejo, reflexione y, si no quiere ser honrado, al menos actúe con responsabilidad.


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