Ostracismo educativo



La educación es la luz que ilumina los ojos

Proverbio afgano

Lo peor de todo es que resulta noticioso. El gobierno cántabro va a cerrar el grifo a un colegio del Opus Dei, hasta ahora concertado, por no admitir a niñas. Alegan que, según la Ley Orgánica de Educación, "en ningún caso habrá discriminación por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social" (redundante puesto que ya se establece en el Artículo 14 de la Constitución)… Esta vez por el sexo, otro día por otro motivo. ¿Por qué hasta ahora se les ha dado dinero? ¿Por qué se firman conciertos discrimnatorios e ilegales?

Sinceramente, dudo que en los centros del Opus se matriculen muchas gitanas evangélicas o muchos hijos de albañiles rumanos. Dos casos muy concretos, incluso puede que excéntricos, pero basta asomarse a cualquier colegio público en un barrio obrero, de esos en los que se adentran tan frecuentemente los temerarios reporteros de televisión, para comprobar que no se trata de ejemplos tan aislados. Simplemente no se les acepta en los centros de pago. Y esta marginación tan descarada no sólo se da entre los del Opus, sino entre todos los concertados; porque en los privados sucede lo mismo, pero ahí el dinero no sale de la ciudadanía.

Todos concebimos la educación como un derecho fundamental, por tanto, como una obligación del Estado asegurar el acceso a ella y proporcionar los medios necesarios, etc. Sin embargo, se subvenciona cada vez más la discriminación y el clasismo; estamos convirtiendo los centros públicos, adalides y garantías del bienestar social, en establecimientos donde poner en cuarentena a los pobres (hijos de inmigrantes o no, de una religión u otra, con buena o mala conducta y expediente, al final lo que cuenta es el poder adquisitivo), hay que prevenir el contagio; se pretende alcanzar la integración y la igualdad segregando. Estigmas umbilicales financiados por todos.

Por ello no extraña que aparezcan noticias afirmando que los hijos de los inmigrantes no llegan a la universidad, o que los vástagos de los iletrados partan con veinte veces menos posibilidades de concluir sus estudios… Incluso dentro de nuestra afortunada sociedad, ya desde párvulos se parte con ventajas o con obstáculos. Poco luchamos para que el porvenir de los inocentes no esté escrito en el libro de familia o en la cartilla del banco. A veces da la sensación de que cuando una mujer pobre pare, el resto automáticamente escribe el nombre de su retoño en un trozo de cerámica.


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