Yo, prosélito católico



A veces pienso que Dios creando al hombre sobreestimó un poco su habilidad.
Oscar Wilde

Somos idiotas. Toda la vida peleando por un mundo mejor, tratando de resolver los males del planeta sin lograr grandes cambios y resulta que la solución, sencillísima, la teníamos ante nuestras narices: convertirnos al catolicismo. Sí, creo que el festival vaticanista que ha colapsado Madrid estos días ha incitado la reflexión y nos ha mostrado cuál es el camino a seguir.

Si todos profesásemos el catolicismo, la vida (al menos en Madrid) sería mucho más fácil y justa: servicios sociales y transporte gratuitos, alojamientos gratis, la Administración pública trabajando para nosotros y facilitándonos la vida todo lo posible, políticos y millonarios apoyándonos, la policía ayudándonos y protegiéndonos en lugar de apalearnos, no más multas, las calles serían nuestras sin restricciones, no pagaríamos casi impuestos pero gozaríamos de riqueza, patrimonio y ayudas públicas, las mujeres sabrían qué lugar les corresponde desde el nacimiento, otros cavilarían por nosotros sobre lo que está bien o mal, otros elegirían a nuestros líderes…

En definitiva, disfrutaríamos la vida sin preocupaciones. Con una respuesta fácil de recordar para cualquier cuestión incómoda: ‘Dios’. Y, si algún hereje osase a criticarnos, no necesitaríamos argumentos para zanjar la discusión, bastaría con una simplona apelación a la intolerancia. Todo ventajas. ¡Qué mundo tan ideal! Y qué equivocados andábamos los ‘laicos’ criticando a los groupies de Ratzinger & The Theocrats. Deberíamos darles las gracias porque, aunque a ti y a toda la gente que conoces solo os haya supuesto gasto e incordio, la única verdad es que han generado –a ojo de buen cubero- 100 ó 150 millones de euros. ¿Que dónde están? Solo Dios lo sabe. ¿No te convenzo? Claro, eres un intolerante.